Debo
confesar que cuando nos presentaron, no llamaste mi atención. En lo
absoluto me pareciste un chico guapo, mucho menos interesante, todo
lo contrario. Cuando nos hicimos “amigos”, tampoco me gustaste,
sin embargo, me caíste bien, aunque no lo parecías, resultaste ser
más gracioso de lo esperado y comencé a notar en ti algunas cosas
que dejaban de hacerte el “nada que ver” que imaginaba eras.
Debo
confesar que por ratos también me caíste como patada al hígado,
conforme entrábamos en confianza, descubrí cierto aire de patanería y complejo de superioridad, que tal vez en el fondo, llamó
ligeramente mi atención (siempre me
atrajeron los idiotas). Pero como no quiero ser mezquina, he de reconocer que tu sentido del humor me resultaba embriagador y así, de a pocos, te fuiste ganando mi atención, aunque supongo que sin proponértelo.
Aunque
sin terminar por gustarme del todo, debo admitir que quería
gustarte, no porque no tuviera nada que hacer ni porque sea la típica chica
que quiere que todos se mueran por ella, pero la idea de que alguien como tú se sintiera atraído por mi, me resultaba un desafío
bastante atractivo. Tal vez desde ahí ya te había sobrestimado.
Debo
confesar que cuando te besé por primera vez, en realidad no quería
besarte, solo quería dejarte un recuerdo de mi, pero debo admitir que el momento exactamente después
de ese beso, osea, cuando abrí los ojos y te mire tan cerca de mi, fue “un momento de
impacto” (así lo oí en una película): un destello de
mucha intensidad que te cambia la vida por completo. Un
momento de impacto cuyo potencial de cambio tiene efectos
expansivos, más allá de lo que se pueda predecir. Sin duda, ese fue
mi momento de impacto, un momento del que ni siquiera yo
fui consciente y que me sumergió en aquella montaña rusa de
sentimientos y emociones que fue lo que tuvimos, que para ti fue solo una
aventura algo prolongada en el tiempo, pero para mi, fue la
muestra de que mi corazón estaba vivo.
Es
cierto que no pensé que después de ese beso las cosas continuarían,
pues en honor a la verdad, no me pareció que tuvieras un gran talento para besar; sin
embargo, por algún motivo que no lograba entender, quería seguirlo
haciendo. Debo confesar que las siguientes salidas no las tomé en
serio, pero sin saber por qué, no podía hacer que pararan. Debo de admitir que nunca
confié en ti, pues tus intenciones desde el principio estuvieron muy
marcadas a lograr algo específico y aunque si bien las cosas no
acabaron después de ello, ahora sé que no me equivoqué, nunca te
interesó algo más de mí. Tal vez debí hacer más caso a mi sexto
sentido.
Es
triste admitir que me enamoré de ti, porque ni un solo momento
estuve cercana o en camino a ser correspondida y ahora sé que
siempre lo supe, solo que ver las cosas claras cuando estás adentro
es prácticamente imposible. No sé que me enamoró, pues fueron más
las cosas que hacías para alejarme que para mantenerme cerca, sin
embargo no me dejabas ir y así, me retuviste mucho tiempo por nada y para nada. Creo que la culpa es compartida, pues nunca tuve el suficiente valor para decirte adiós.
Debo
confesar que hoy las cosas son distintas, que por primera vez en
mucho tiempo puedo decir que no te extraño, que tus manos y tus
labios ya no me hacen falta, que el recuerdo de los dos ya no me quema por dentro, que realmente no quisiera verte, no
ahora; que no tengo ninguna esperanza de que las cosas cambien y que incluso, si me dijeras que cambiarían, no las tomaría, porque no quiero nada
más que venga de ti. Porque solo recibí cosas negativas de tu
parte, pues sinceramente no puedo recordar una sola cosa buena,
aprendí a escuchar frases hirientes y de la manera más estúpida me
acostumbré a ser rechazada sentimentalmente y admitida solo de
manera física y superficial; me convertí en un objeto para tu
satisfacción y dejé de lado todas las cosas en las que creía y que deseaba con el corazón, pues nunca te interesó saber quien era de
verdad y qué tenía adentro.
Hoy
no está más esa chica que sacrifica su bienestar por estar a como
de lugar a tu lado, hoy no está más esa chica que recibe las migajas que le quieres dar. Hoy soy yo nuevamente, amándome por
encima de todo y decidiendo en función a lo que es mejor para mi, solo para mi. No diré que ya no
duele, porque aún se me encoge el corazón cuando pienso en lo que pasó, pero sí admitiré que es un dolor distinto y que cada nueva mañana es menos
intenso, al igual que el recuerdo que tengo de ti.
No
sé si cuando el dolor pase pueda perdonarte, o si incluso habiéndote perdonado, quiera tener algún contacto contigo. Por ello, por favor, te pido
que dejes de llamarme que no te responderé el teléfono, que dejes de
escribirme porque no habrá mensaje de respuesta alguno y, que si tu
pregunta es por qué estoy así, solo recuerda todas las veces que
llorando te pedí que me dejaras en paz, pues ya no habrá más
lágrimas y a tu estilo, espero que descifres mi actitud.
Buena suerte y adiós.
Atte.
Tú ya sabes quien soy
Tú ya sabes quien soy
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